martes, enero 11, 2011

NADIE TIENE BANDERA

He sido víctima de una cruel encrucijada emocional: “La bonita ex novia de un amigo se me insinuó”.
Acababa de aterrizar en un bar de Miraflores, me había refugiado a un lado de la barra y estaba dando cuenta de la primera cerveza de la noche. Si no recuerdo mal, eran casi las 2 de la mañana. Esperaba encontrarme con alguien conocido, pero después de 30 minutos sin resultados intuí que no tendría suerte y opté por pedir la última cerveza antes de irme a dormir. 
Fue justo en ese instante que sentí un dedo delicado martillando repetidas veces mi hombro. Giré la cabeza y ahí estaba ella (digámosle ‘S’), descaradamente guapa, mostrándome su sonrisa más espontánea y diciendo mi nombre con un tono en el que se podía percibir una importante dosis de entusiasmo. “Hey, Renato, a los años, cómo estás”.
Antes de que pudiera siquiera responderle, ella ya me estaba dando un beso ligeramente pronunciado en la mejilla. Fue un beso de dos segundos (una duración inusual para un inocente beso de saludo). Pero, bueno, no me lo tomé a mal, total -–pensé–- los reencuentros suelen venir acompañados de ese tipo de manifestaciones excesivas.
A ‘S’ no la veía hace, por lo menos, un año. La última vez había sido en una reunión, a la que yo fui, precisamente, con su ex enamorado, mi amigo, a quien hacía muy poquito ella había terminado después de dos años y medio juntos. En aquella ocasión mi amigo (digámosle ‘M’) estaba deprimido, muy dolido, y apenas la vio entrar tembló de la impresión y me dijo en voz baja una frase que no he podido olvidar: “la cagada, vino la perra”. 
Para mí estaba claro que ‘S’ no era ninguna ‘perra’, pero mi amigo estaba en todo su derecho de reaccionar con dureza: cuando uno tiene el corazón hecho un anticucho de la pena dice estupideces y en lo que menos piensa es en usar los adjetivos correctos.
Pero ese episodio había ocurrido, como dije, hace un año. Ahora ya no estábamos en ninguna reunión, sino en un aglutinado bar de Miraflores tomando unas cervezas y actualizando nuestras historias. Y, lo más importante, ya no estaba mi amigo (que andaba en el Norte por un viaje de trabajo), sino solamente los dos.
Confieso que ‘S’ siempre me había llamado la atención. Además de linda, era una chica muy divertida y normalmente coincidíamos cuando hablábamos de discos, libros y películas. Por si fuera poco, tenía (tiene) un cuerpo al que no se me ocurre calificar de otra manera que no sea ‘brutal’. 
Mientras fue novia de ‘M’, yo nunca la miré con intenciones inapropiadas; o, para ser franco, me escudaba en ese falso refrán que dice “la mujer de mi amigo es hombre”, y trataba de verla sin afán ni morbo. Pero de que me gustaba, me gustaba.
Por eso cuando la encontré en el bar, en vez de alegrarme, palidecí, porque tuve la inconfundible sospecha de estar metiéndome en un aprieto. Varios minutos después, cuando me percaté de su proximidad, de sus giros coquetos y de su despachada buena onda conmigo, algo en mi cabeza se retorció. “Es la ex novia de mi amigo, es la ex novia de mi amigo”, me repetí en silencio, y para superar el escalofrío, le pedí al barman otra cerveza.
Es increíble cómo a veces sabemos que estamos entrando en un hoyo negro, sabemos que si damos un paso más podemos desencadenar una serie de hechos inmanejables, y aunque tenemos hasta el último minuto la posibilidad de dar marcha atrás, aunque depende solo de nosotros que esa mecha no se encienda, por algún motivo decidimos dejarnos llevar por el vértigo de la situación, asumir el riesgo, violentar el área restringida, olvidarnos de las consecuencias por muy fatales que puedan ser, y avanzar firmes por ese sinuoso y excitante camino de sombras.
Me encantas, siempre me has encantado”, me dijo de pronto ‘S’, acercándose todavía más y debilitando el invisible campo magnético que yo había levantado a mi alrededor para no caer en la tentación. Mi sabia y madura respuesta a sus inapelables palabras fue: “Un toque, voy al baño”.
Pensé en huir del bar, pero en realidad sí me urgía ir al baño y, además, no había pagado la cuenta y no quería endosársela tan conchudamente. Una vez en el baño, mirándome al espejo como Edward Norton en La Hora 25 o como Robert de Niro en Taxi Driver, empecé a interpelarme y a interpretar, alternadamente, al ángel y al demonio que conviven en mi pellejo.
–“¿Pero qué estás pensando hacer, huevas? Vas a cagarla todita solo por un agarre. Piensa en ‘M’, tu pata, tu chochera”, me reté, haciendo gala de mi persuasivo discurso samaritano.
–“Un momentito, compadre. ¿Acaso tú estás propiciando todo esto? ¡Es ella la que te quiere dar vuelta! Así que déjate de mariconadas, lávate la cara y aprovecha, brother, que ya son las 3 de la mañana y si no actúas rápido hoy regresas invicto a tu jato”, argumentó, sólidamente, el Renato en versión demonio.
–“Pero, ¿y la lealtad? ¿No se suponía que con las ex de tus amigos no debes meterte, que son mujeres prohibidas? ¿Vas a poner en riesgo una amistad de años por un lenguetazo de diez minutos?”, contraatacó mi YO angelical, pundonoroso, dispuesto a dar batalla.
–“¿Lealtad? ¡Lealtad las pelotas! Las personas no son propiedad de nadie. ¿O le has visto a la flaca un cartelito que diga ‘Soy la ex de ‘M’, así que no me mires’? ¿No, verdad? ¿Acaso ‘M’ no se revolcó una vez con la ex de su jefe? De qué lealtad me estás hablando. Una vez que las relaciones concluyen, las dos personas vuelven a ser completamente libres”, pregonó, acertadísimo, el diablo que me habita.
–“No puede ser. O sea que tu arrechura puede más que tu sentido común. Anda, pues, agárratela, pero mañana no vayas a levantarte diciendo: ¡qué carajo hice! Vas a tener que bañarte cien veces con jabón de pepa para quitarte toda la culpa de encima”, me alarmó mi lado bueno.
–“Deja tus monsergas calzonudas de lado y date cuenta de que en esta vida, en cuestión de sexo, nadie, absolutamente nadie tiene bandera. Tienes una oportunidad con una chica linda, tómala”, pontificó mi demonio, afilando su trinche.
Luego de tan intenso combate, salí del baño sin saber qué hacer. Pensé en neutralizar mis deseos de besar a ‘S’, reprimiendo mis hormonas y haciendo acopio de toditas mis fuerzas mentales, pero cuando llegué a la barra, ella ya se había quitado la casaca y exhibía impúdicamente un escote muy poco colaborador.
¿En serio te encanto?”, le pregunté, imprudente, ya resignado a sufrir los estragos de la montaña rusa de cinco loops en la que me estaba subiendo.
Ella me sonrió y se puso a dos milímetros de mi rostro. Sentí unos irrefrenables deseos de apretarla contra mí y besarla. Percibí su aliento, la vi cerrar los ojos y entreabrir los labios.
(…)
Como había reseñado, cuando volví del baño del Bar ya no estaba en total posesión de mis facultades racionales. Había bebido demasiado, había sido testigo de cómo mi lado Diablo había trapeado el suelo con mi pujante pero debilucho lado ángel; y estaba dispuesto a cometer el perjurio, aunque eso me carcomiera la conciencia el resto de mi vida. Total, ‘M’ era mi amigo, pero no mi hermano del alma. Este era un trabajo sucio y, honestamente, yo me moría por hacerlo.
Cuando tuve a ‘S’ a dos milímetros de mi boca (efectivamente, es un cálculo arbitrario), la miré directo a las pupilas para certificar que hubiera ‘agua en la piscina’ antes de arrojarme. Luego tomé aire, pensé “Dios, soy horrible” y me incliné sobre ella para estamparle el beso que mentalmente me había estado reclamando. Ya nada iba a detenerme. Ni la lealtad, ni la culpa, ni ningún escrúpulo de último minuto. Nada ni nadie.
Pero, claro, las mujeres –como los partidos de fútbol– son impredecibles. Su lenguaje corporal es un acertijo que hay que saber descifrar. Yo lo descifré bien, pero no contaba con que mi querida, curvilínea, ampulosa y ahora deseada ‘S’ era una integrante más de esa subversiva subclase de chicas que mis amigos (uno de ellos, ‘M’) definen tan acertadamente como ‘las chicas termo’.
Una ‘chica termo’, como su nombre NO lo dice, tiene la peligrosa propiedad de calentar a los varones, a expensas de las confusiones y las excitaciones que eso pueda conllevar. Para una ‘chica termo’ el encanto no radica en el beso, la fricción y la consumación de los deseos, sino en dejar todo en stand by, enpause o –para decirlo con matizada vulgaridad– en dejarte los átomos hinchados.
Y eso ocurrió, acérrimos e impacientes lectores. Cuando avancé sobre su boca, ‘S’ retrocedió y me dijo “no, espera, no estoy segura de esto, no vaya a ser que mañana nos arrepintamos”. Yo –que estaba en un agitado estado de pindinga– la traté de convencer atropelladamente de que ya no había marcha atrás, de que teníamos que completar la travesura, pero creo que ella notó mi tono ansioso y desesperado.
“¿No que te encantaba?”, le reproché, brutísimo, anulando las mínimas posibilidades de que ella reconsidere la opción del beso.
Sí, me encantas pero ¿has pensado en ‘M’?”, me advirtió, y su pregunta me sonó tan obscena que me provocó decirle: “¿Que si he pensando en ‘M’?, ¿Que si he pensando en ‘M’? Ja, ja, ja. Por su puesto que he pensado en ‘M’, maldita perra calentona, y ya había decidido traicionarlo y comerme el sapo de la culpa. Y todo ¿para qué? Para que tú me vengas ahora a decirme (poner voz de niña idiota) ‘es–que– no–estoy–segura’”.
Desde luego, no se lo dije. Estaba un poco fuera de mí y tampoco quería invertir energías en provocar un escándalo. Pero ya ven, los solteros nos enfrentamos a situaciones de lo más cómicas y de lo más cínicas y absurdas.
No me la chapé. No me chapó. No pasó nada. Eso sí: me hice el molesto y me largué en el acto, sobreactuando mi indignación. Espero con toda mi alma que el barman le haya cobrado las 9 cervezas de litro y medio que me tomé.
RENATO CISNEROS

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